La mala costumbre de idolatrar

Hace tiempo me cuestiono la necesidad que tiene la sociedad argentina de exaltar la figura de una persona, sin hacer ningún juicio previo y olvidando algo fundamental que, como cualquier ser humano tiene, las luces y las sombras. ¿Por qué los argentinos buscamos constantemente idolatrar a alguien? Es un fenómeno universal que atraviesa la política, la religión, la música, el deporte y hasta la farándula. No estoy diciendo que esté mal admirar porque, por supuesto, es algo natural sentir admiración y respeto por alguien con quien nos identificamos y por el cual nos sentimos estimulados de alcanzar cualquiera de las cualidades que admiramos de él. Me refiero a que, con los años, terminamos idealizando todo, todo el tiempo. Depositamos nuestros valores en un rincón y adquirimos los de quienes creemos nos van a “guiar”. Y cuando eso sucede, no solo llegamos al colmo de la insensatez, sino que circulamos por un sendero de dirección única, sin moderación ni cuestionamiento alguno de sus intereses, su profundidad, sus consecuencias en la vida o la precisión del juicio. Nos fanatizamos de ese alguien, como si la única manera que tiene el hombre de vivir es tomar su destino y ponerlo en manos de otro. Como decía Voltaire: “Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable”, porque es destructivo, porque nos vuelve silenciosos ante cosas que importan, porque es enemigo de la libertad, del progreso del conocimiento y responsable de injusticias, violencias, persecuciones, incluso guerras. Muchos de los comportamientos que tiene nuestra sociedad surgen de la personificación y de la falta de autoconocimiento. En vez de formarnos y esforzarnos en tratar de mejorar mediante la ciencia, la técnica o las artes para poder establecer un juicio propio, somos capaces de apegarnos a una persona y a sus ideas, sin tolerar a los que discrepan de la misma. Luego hablamos de dialogar, de consensuar, de unir fuerzas, de “defender todos la misma bandera”, de proponer proyectos pero no tenemos idea de lo que es trabajar en equipo y menos de aceptar una apreciación contraria a nuestra idea. Por eso en el mundo nos miran con actitud escéptica porque solo en aquel que glorificamos, vemos la única realidad posible y no cuestionamos ni razonamos sobre esta. Tenemos la errada idea de que alguien va a resolvernos todos los problemas que venimos acarreando como país cuando sería importante reconocer nuestro lugar en él -mucho más de lo que creemos- porque eso nos ayudaría a fortalecer el sentido común, la empatía y, fundamentalmente, la conciencia ciudadana.

Hoy las crisis que están sucediendo son múltiples. No solo hay un virus que nos acecha sino que hace décadas somos testigos de tantos otros “virus” que conviven entre nosotros. La pandemia y particularmente la cuarentena, nos ha obligado a observarnos, repensarnos, escucharnos y sobre todo, a tomar decisiones complejas sobre el mundo que se viene. Ojalá este momento ayude a construir un pensamiento crítico, capaz de desplazar las formas de imposición y autoritarismo de quienes promulgan la idolatría, aunque eso conlleva un esfuerzo que no todos están dispuestos a realizar.

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