La figura humana torturada

La tecnología se impone cada vez más en nuestra sociedad y cotidianidad, tanto en la forma de vincularnos, comunicarnos y hasta de sentirnos. Pero, ¿hasta dónde somos capaces de negociar con esta? 

El capítulo “Be right back”-“Enseguida vuelvo”- de la serie británica Black Mirror es un gran relato sobre cómo vamos dejando vestigios de nuestra vida real en el mundo virtual. En conjunto, la serie está compuesta de 5 temporadas de 3 capítulos cada una, cuyas historias no tienen una continuidad argumental pero sí un común denominador: la relación entre el hombre y la tecnología.


Particularmente Be right back, habla de una joven pareja, Martha y Ash, que recién se muda al medio del campo y que está atravesada desde el inicio por las redes sociales. De inmediato, uno se identifica con los personajes porque son el reflejo de la realidad en la que vivimos o peor aún, con la que nos podríamos enfrentar más tarde o más temprano, si permitimos que la tecnología nos domine.


Ash es una persona que mantiene una relación muy activa con el celular y, en ese sentido, sorprende verlo en reiteradas ocasiones desconectado de lo que pasa a su alrededor, incluso de Martha. 


Charlie Brooker, director de Black Mirror, tiene claro que un abuso de la tecnología, sin ningún tipo de límite, podría ser corrosivo para la humanidad y lo demuestra a través de un hecho utópico que le permite a Martha comprar un robot mimetizado en el cuerpo de Ash.

Al igual que en el documental El dilema de las redes sociales, donde se muestra cómo se crean modelos que predicen nuestras acciones en la virtualidad, aquí todo ello vuelve en forma física.


Martha se encuentra devastada, se siente vacía y en medio de ese duelo entre una parte que quiere olvidar y otra que no, aparece el remedio que como dice el refrán, es peor que la enfermedad. Una de las cosas que nos viene a plantear este episodio es: si el ser humano tuviera la posibilidad de ser eterno, ¿acaso dudaría de intentarlo?


Además, se acaba de enterar que está embarazada y cae ante la conclusión -tentación- que antes de estar sola, prefiere estar con un Ash robótico creado a partir de sus huellas virtuales. Esto es interesante porque como se plantea en El dilema de las redes sociales: “Todos los “likes”, todos los videos, todos los comentarios, se integran para construir un modelo más preciso y con eso pueden predecir mejor lo que la persona hará. Predecir qué emociones te generará un video o una foto para así tenerte más tiempo frente a la pantalla”. Y aquí entra en juego el hecho que en Internet compartimos una versión de nosotros que puede o no, ser la verdadera. Entonces el hecho de revivir la versión de una persona y conectar con esta, puede resultar algo increíble y al mismo tiempo aterrador.


Por eso Martha, a medida que interactúa con Ash artificial, se va dando cuenta de que nunca será lo mismo, de que nunca será el verdadero Ash y dice: “Eres solo un eco de ti. No tienes historia. Solo eres una actuación de cosas que él hacía sin pensarlo y no es suficiente”. Y no es suficiente porque el producto que ha comprado sólo responde a órdenes y porque, en definitiva, le falta todo lo humano.


Es cierto que todavía la tecnología no ha resucitado a nadie pero, también, es cierto que en un mundo tan globalizado, la mayoría de nuestras acciones están determinadas por lo que presupone la tecnología y nosotros creemos que eso es suficiente. De hecho, ya se aprobó una legislación para que autos autónomos puedan transitar en Michigan, Estados Unidos, lo que podría eliminar a los taxistas y camioneros; también, los algoritmos que juegan un papel importante en el periodismo, lo que supondría una pérdida de empleos; los robots que proporcionan informes a los clientes en centros comerciales o la cirugía robótica e inteligencia artificial a la que recurre la medicina para detectar y reparar tumores cancerosos o anomalías.


Este capítulo reflexiona y critica duramente sobre el conformismo social o los peligros de la racionalidad tecnológica en manos de la irracionalidad humana. No todo es culpa de la tecnología sino de quien la manipula, osea de nosotros. Un sentimiento de cercanía provoca que nos imaginemos cómo serían nuestras vidas bajo ciertas condiciones y realmente se nos viene a la mente una figura humana torturada. ¿Podríamos llegar a ser capaces de negociar la pérdida de un ser querido por una exquisita copia física del original?


Según la RAE tortura puede significar, entre otras cosas, desviación de lo recto, curvatura, oblicuidad e inclinación. Llegará un momento en que la tecnología se apropie de las debilidades humanas -como se apropió de la vulnerabilidad de Martha- y termine curvando su naturaleza, al punto de no poder volver a enderezarse nunca más.

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